El gran país asiático se enfrenta a una verdadera
"trampa de la deuda" por el incremento permanente del crédito de la
banca, controlada totalmente por el Estado.
El incesante aumento del crédito y la manipulación del tipo
de cambio en los que se apoya el gobierno chino para sostener el crecimiento y
frenar la fuga de capitales, constituyen una preocupación permanente para el
conjunto de la economía mundial.
China se enfrenta a una verdadera "trampa de la
deuda" ya que el incremento permanente del crédito de la banca, controlada
totalmente por el Estado, ha sido el elemento clave que ha permitido que la
economía siguiera creciendo a tasas elevadas desde el estallido de la crisis
financiera mundial de 2008-2009.
Al pinchazo de la deuda subprime (créditos de riesgo) en
Estados Unidos en 2007, le siguió la quiebra de Lehman Brothers al año
siguiente, tras lo cual la crisis se extendió como una mancha de aceite por
Europa y el resto del planeta, hasta provocar una recesión económica general y
una caída del comercio internacional que alcanzó su cenit en 2009.
Pekín salió airoso de aquella enorme prueba al crecer ese
año el 8,7%, apenas por debajo del 9,1% previsto y, desde entonces, comenzó a
apelar al aumento de la financiación bancaria estatal a las empresas locales
que, a su turno, fue derivando en un colosal endeudamiento corporativo.
Entre 2008 y 2016, la deuda corporativa y de las familias
con el sistema bancario chino pasó del 148,3% al 248,6% del PBI, una evolución
que despierta el temor de los expertos internacionales a que en el gigante
asiático se esté generando el mismo proceso de endeudamiento extraordinario que
condujo a la crisis financiera mundial de 2008-2009.
Entre los numerosos informes que sobre la economía china
vienen elaborando los bancos de inversión y las consultoras internacionales
desde 2011 en adelante, uno de Goldman Sachs en 2016 sintetiza el temor que es
común a todos esos trabajos.
"Todos los grandes países con un aumento rápido de la
deuda han experimentado ya sea una crisis financiera o una desaceleración
prolongada. La historia sugiere que China va a correr la misma suerte",
aseguró dicho trabajo, agregando que el principal problema es la deuda
corporativa, que se ha multiplicado casi por cuatro en los últimos siete años,
según datos del Banco de Pagos Internacionales (BIS).
El inicio del proceso fue el programa de estímulo masivo
valorado en 4 billones de yuanes (unos 464.000 millones de euros de ese
momento) que Pekín aprobó en 2009 para enfrentar la crisis internacional.
Durante casi 10 años y a pesar de los pronósticos agoreros
de analistas y expertos económicos de todo el planeta, China ha conseguido
sortear una desaceleración significativa de la economía y este año se estima
que el PBI aumentará un 6,5%, bien por debajo del casi 9% de 2009, pero todavía
muy elevado respecto a las bajas tasas de crecimiento occidentales.
Pero como lo señalaba un informe del Fondo Monetario Internacional
(FMI) del año pasado, "el crecimiento del crédito promedió un 20% anual
entre 2009 y 2015, muy por encima del aumento del PBI nominal y la tendencia
previa", lo cual permite pensar en que el proceso en marcha es muy similar
a los ya vividos por Japón o España.
En este mismo sentido se orientaba recientemente un trabajo
del Credit Suisse, el cual señalaba que el crédito debería crecer dos veces más
rápido que el PBI si el gobierno de Pekín quiere alcanzar el objetivo de crecer
este año el 6,5%.
Pero, además y no por casualidad, esta fabulosa trepada de
la deuda en China coincide con una caída de la tasa de ganancias de las
empresas, un deterioro de la calificación crediticia corporativa y una caída de
la eficiencia de la inversión.
A pesar de que el gobierno ha logrado mantener el alto ritmo
de crecimiento con la expansión crediticia, la desconfianza de los mercados se
expresó de manera contundente a lo largo de 2015 y 2016 con históricas caídas
de las Bolsas chinas y una correlativa salida de capitales que rondó el billón
de dólares en esos dos años.
A través de una decidida intervención en el mercado
cambiario, las autoridades económicas frenaron la depreciación del yuan y, por
esta vía, lograron frenar la creciente erosión de sus reservas internacionales
que actualmente son de tres billones de dólares tras haber tocado un pico
máximo de cuatro billones en 2014, para luego comenzar el apuntado descenso
hasta el actual nivel.
La gran pregunta dentro y fuera de China es si será posible,
y en qué plazos, desactivar la bomba de tiempo de la descomunal deuda que
amenaza la economía local y, debido al lugar que ésta ocupa en el mundo, a la
economía mundial en su conjunto.
Las posibilidades en discusión son diversas y aunque todas
pivotean alrededor de una ralentización de la expansión del crédito, ésta sería
una medida apenas necesaria pero de ninguna manera suficiente para resolver
unos desequilibrios que involucran al consumo y la demanda internos, así como
el comercio exterior del país, en particular con Estados Unidos.
Cualquier freno al crédito implicaría, inevitablemente, un
descenso del consumo y de la inversión, provocando como mínimo una caída de la
tasa de crecimiento y, en el caso de un aterrizaje forzoso, una recesión
económica.
En la medida en que el Estado controla el crédito y tiene
una injerencia fundamental en el manejo del comercio exterior y del mercado
cambiario, China ha podido sostener una fuerte progresión del PBI hasta aquí.
Pero si el crédito sigue expandiéndose a las actuales tasas,
la crisis de la deuda será más violenta cuanto más tiempo tarde China en
introducir las correcciones que demandan los desequilibrios actuales.
Para la economía internacional, tanto en los países
desarrollados como en el mundo emergente, cualquier moderación del crecimiento
de China implicará una sacudida importante. Y, si las correcciones desatan una
recesión en regla, entonces la sacudida se habrá transformado en un terremoto
económico.
Fuente: telam.com.ar
Resistencia, 29 de abril de 2017
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